Nacido en el Corazón

Nació en una noche sin luna, pero en el cielo brillaban muchas estrellas. No tenía cuerpo, ni por tanto sexo. No pesaba ni se podía ver con los ojos. Tampoco se le oía llorar ni gemir. Pero existía, porque en la mente de sus padres acababa de formarse. Sólo era un vago concepto todavía, un proyecto empezando a perfilarse de lo que en un futuro no muy lejano soñaban que fuese su hijo o su hija.

Era verano y dos enamorados se juraban amor eterno con las pocas palabras
sencillas que conocían. No les había dado tiempo a aprenderse más, porque él
era casi un niño y ella casi una niña. Se querían y eso les bastaba para revestirse de fuerza y de ilusiones para aventurarse a unir sus caminos y recorrerlos juntos como si de uno solo se tratase.

Acabados los estudios de ambos, los dos se pusieron a trabajar y empezaron a
ahorrar para llevar a cabo su proyecto en común. Un mes compraban una cosa, otro mes otra, y las iban guardando en los armarios de la casa de sus padres, fantaseando a veces con cómo las utilizarían en el futuro. Se imaginaban jugando dentro de aquellas sábanas de raso o comiendo con aquella vajilla de flores. Qué bonita iba a ser su vida juntos. Despertarse y descubrirse uno al lado del otro, dejar caer el agua de la ducha como si fuese una cascada entre montañas y ellos se estuviesen fundiendo bajo ella en un abrazo eterno, tomar el café con leche en las tazas nuevas de arcopal y untar la mantequilla con uno de los cuchillos de la refinada cubertería que él le regaló a ella por su último cumpleaños. En cuanto los ahorros lo permitiesen, buscarían un piso en una zona bonita de la ciudad. Tendría que estar cerca de donde vivían sus respectivas familias y debería de haber algún colegio en el barrio. El piso tendría mínimo tres habitaciones, porque no pensaban habitarlo ellos dos solos por mucho tiempo. Tendrían dos hijos, chico y chica. Les educarían en la misma fe y en los mismos principios en que les educaron sus padres a ellos mismos.
Les inculcarían valores y les enseñarían todo cuanto a ellos les había enseñado la vida. Si además tenían la suerte de que les saliesen buenos estudiantes, pues mejor que mejor. Pero ellos se conformaban con que fuesen niños cariñosos y se convirtiesen en buenas personas.

Tras años de noviazgo y de ahorrar concienzudamente, llegó por fin uno de los días más esperados por la pareja. Fue una boda preciosa en la que se sintieron arropados por el calor de sus familias y de sus amigos. Hubieron lágrimas, pero también muchas otras emociones que les hicieron aparecer en las fotos como los novios más felices del mundo. Por fin estaban juntos y esa unión sería para siempre. Disfrutaron de una luna de miel ideal tendidos al sol en playas paradisíacas y callejeando como turistas despreocupados por ciudades hasta entonces desconocidas y de contrastes inimaginables. Volvieron más morenos y más fuertes y seguros de su amor que nunca.

Y llegaron esa primera mañana despertando por primera vez en la que ya era la cama de los dos, y esa primera ducha compartida y ese desayuno estrenando todos los utensilios de la cocina que durante tanto tiempo habían dormido dentro de armarios donde ya no cabía ni un alfiler. Y se sintieron dichosos porque comprendían que sus sueños se estaban cumpliendo y en los ojos de ambos se leía la ilusión de que todo lo que estuviese por venir sería igual de emocionante.

Pero la vida no siempre está dispuesta a ponérselo fácil a nadie por más que lo merezca. Y, como en todas las historias, en la de esta pareja también empezaron las complicaciones. No fueron discusiones absurdas, no fueron problemas económicos; tampoco ninguna infidelidad. El drama llegó por el lado que ellos menos habrían imaginado cuando fantaseaban con su futuro. Ellos siempre tuvieron miedo a quedarse alguno sin trabajo porque sabían que para hacer frente a la hipoteca del piso tenían que trabajar los dos.
También les preocupaba el tema de empezar a convivir, por si serían capaces de adaptarse el uno al otro y de no caer en las trampas de la rutina. Pero la verdad es que en esos aspectos no encontraron ningún obstáculo. Se querían y se entendían a las mil maravillas. Se repartían las tareas de la casa sin discutir, se respetaban sus mutuos espacios manteniendo cada uno el contacto con sus amigos y se lo contaban todo sin esconder ni los mínimos detalles. Pero había una sombra que se había instalado en la mente de los dos. Llevaban ya más de dos años casados y los hijos, tan deseados, no se dignaban a llegar.

Empezaron a consultar diferentes médicos y a pasar por el suplicio de diferentes pruebas diagnósticas.
Tras meses de sufrimiento, les aseguraron que nunca podrían tener hijos, al menos por la vía natural. Podían intentarlo con alguna técnica de reproducción asistida, pero tampoco les daban muchas garantías. Ambos lo pensaron detenidamente y al final decidieron que esas técnicas chocaban con sus principios. Las entendían, las habían recomendado incluso a alguna pareja de amigos que tenían los mismos problemas, pero no estaban dispuestos a sucumbir a ellas. Ellos no pensaban concebir un hijo en un tubo de ensayo y luego esperar y rezar durante semanas para que el embrión se implantase con éxito en el útero de ella. Querían un hijo de su amor, no de la ciencia. Si la vida se lo estaba negando tendrían que conformarse con los sobrinos, aunque
ambos sabían que nunca sería lo mismo.

Pese a que delante del otro se hacían los fuertes y se animaban a pasar página y a replantearse su vida como una pareja libre de cargas familiares que tendría más tiempo para disfrutar de sí misma y de todo lo que la vida sí les ofrecía, en el fondo, cuando estaban solos, las lágrimas se desbordaban solas y el mundo se derrumbaba bajo sus pies. Todo su proyecto de vida hecho trizas, como un castillo de naipes que se desmorona en cuanto se abre una puerta y entra un poco de corriente de aire en la habitación. Tantas horas imaginando cómo serían esos niños que ya nunca nacerían. Tantos libros leídos para aprender más cosas y poder explicárselas. Tantas ideas de tantos sitios a donde les llevarían, tanto esperar el momento de sus primeras palabras, sus primeros pasos, su primer día de colegio. Todo ese tiempo de sueños invertido para nada, para acabar llorando a solas por alguien que nunca había existido.

Una de esas tardes de llanto en la intimidad más absoluta, ella se quedó sin lágrimas y el sueño la venció hasta dejarla desvanecida en el sofá. Ella, que durante años se había pasado días enteros soñando despierta, no podía sospechar que tras cerrar los ojos, a ese otro lado del umbral de la realidad, la estaba esperando el más bello de sus sueños:

Era de noche y ella estaba sentada sobre la arena de la playa. La luna llena lo inundaba todo de luz y cientos de estrellas la acompañaban en un cielo limpio de nubes y neblinas, que la invitaba a recorrerlo con los ojos en busca de alguna estrella fugaz a la que implorarle un deseo. Se entretenía mirando las estrellas mientras su marido, bastante alejado de ella, intentaba pescar sentado junto a la orilla. De repente, notó que una de las estrellas brillaba cada vez con más intensidad y parecía empezar a acercarse más y más hasta llegar a posarse junto a sus pies. De la impresión que se llevó, ella se levantó de un salto y se pellizcó con fuerza un brazo para asegurarse de que no estaba soñando.

- No pierdas el tiempo intentando negar lo que estás viendo. Soy tan real como tú.
- Pero… ¿Cómo? Dios, ¿qué me pasa? Esto no es posible… las estrellas no se caen del cielo porque sí y tampoco hablan… ¿O sí lo hacen? ¡Me estoy volviendo loca!
- Nada más lejos. Estás perfectamente cuerda.
- Entonces, ¿me quieres explicar por qué estoy viendo a una estrella junto a mis pies y la estoy oyendo hablarme?.
- Porque no me estás viendo con los ojos ni oyendo con los oídos, sino con el corazón.
- No digas bobadas. El corazón no ve ni oye.
- ¿Eso crees?
- Sí, eso creo. Acabas de asegurar que estoy perfectamente. Siendo así, mi cabeza me dice que lo que estoy viviendo ahora mismo contigo no es real.
- El corazón siempre tiene razones que la razón no entiende.
- Eso dijo Pascal, sí. Pero a mí me cuesta entenderlo en este caso.
- Pues, entre otras muchas cosas, Pascal era un científico. Algo te podría demostrar.
- Si me lo dices así… tengo que darte la razón. Pero, Dios… a quién le cuente que estoy hablando con una estrella, va a pensar que he perdido el juicio.
- Es que no estás hablando con una estrella en la realidad que tú conoces. En el mundo hay universos paralelos. Los humanos sois tan ingenuos que pensáis que sólo existe vuestra realidad, pero hay tantas realidades como estados de conciencia.
- No te entiendo.
- Tu mente te engaña porque te hace creer que tú ahora mismo estás sentada en esta playa, pero en realidad estás muy lejos de aquí, tan lejos como lo estaba yo antes de bajar a ayudarte.
- ¿Ayudarme? ¿A qué se supone que tienes que ayudarme?
- A reconducir tu vida.
- ¿Cómo dices?
- Digo que llevas toda tu vida preparándote para cumplir unos planes que te han hecho creer que ya no podrás realizar.
- Es que ya no los podré ver cumplidos.
- Eso es lo que te dice tu mente, pero tu corazón te está diciendo otra cosa y no te dignas a escucharlo.
- ¿Mi corazón? Mi corazón está roto de dolor.
- ¿Y vas a resignarte?
- ¿Qué otra opción crees que tengo?
- La de abrir esa mente que tienes dormida y permitirle a tus sentimientos que te guíen por nuevos caminos que ni siquiera imaginas que existen.
- ¿Qué caminos y hacia dónde se supone que me pueden llevar?
- Haces demasiadas preguntas y te preocupas demasiado por el futuro. Tendrías que empezar por cuidar más tu presente y por dejar que la vida te lleve por donde ella crea que estás preparada para ir.
- ¿Perdona!
- La vida siempre es más sabia que nosotros y nos siembra el camino de sorpresas cuando ella considera que estamos preparados para aprender y crecer con ellas.
- Y se supone que tengo que creer que la vida me acaba de dar la sorpresa de poner una estrella a mis pies…
- En los cuentos suelen aparecer hadas madrinas con baritas mágicas que todo lo pueden. Yo sólo me limito a ponerme a tu disposición por si puedo ayudarte a que recuperes la ilusión perdida.
- No creo que eso sea posible, porque no veo qué puedes hacer tú por mí.
- Puedo enseñarte otros mundos y presentarte a alguien que sueña con conocerte.
- ¿Alguien que sueña con conocerme a mí? Me estás liando.
- No lo pretendo. Si te animas a subir conmigo hasta el cielo y viajar hasta oriente te demostraré que no miento.
- Pero, ¿cómo voy a subir contigo hasta el cielo? Le daría un susto mortal a mi pobre marido. ¿Es que no te das cuenta de que sólo estás diciendo barbaridades?
- Tu marido ni lo notará, porque seguirá viéndote aquí sentada durante todo el tiempo que nos ausentemos.
- ¿Y cómo va a ser eso posible?
- Porque tu cuerpo no se va a mover de aquí. La que va a viajar es tu mente.
- Sigo sin entender nada.
- Es que no tienes que entender nada, sólo sentirlo. Vamos, no me hagas más preguntas y acomódate entre mis rocas más salientes.
- Pero… ¿no acabas de decir que mi cuerpo se queda aquí?
- Sí, pero tu mente tiene que creer que tú la sigues porque si no se va a desequilibrar.
- Esto es de locos, pero… venga, que no se diga que soy una cobarde. – diciendo esto, se sentó sobre la estrella y ésta no dudó ni un segundo en despegar hacia el espacio como si de una nave espacial se tratase.
Ascendieron hasta el mismo lugar que había ocupado el astro viajero en el firmamento y, una vez allí, la estrella le mostró a la chica una imagen espectacular del planeta azul. Ella quedó alucinada porque de repente le parecía tan pequeño e insignificante que había dejado de antojársele como la única realidad posible.

- Si te he traído hasta aquí ha sido para mostrarte lo diferente que puede ser la misma realidad si se la mira desde ángulos distintos. Visto desde aquí, el mundo te parece muy pequeño y te resulta más asequible y soportable que vivido desde ahí abajo.
- No te sigo, ¿qué quieres decir?
- Pues que, desde tu realidad de todos los días, el mundo es enorme, pero tú lo ves como algo muy reducido y agobiante, porque tu mente se empeña en concentrarse únicamente en aquello que te han dicho que nunca podrás tener y no quiere ver más allá. En cambio, desde aquí arriba, tu mente empieza a apercibirse de que hay más mundo del que ella estaba dispuesta a conocer y realidades más abarcables de lo que ella creía hasta ahora.
- Es posible que lo que dices tenga sentido.
- Ahora estás viendo tu realidad desde fuera y poniendo mucha distancia de por medio. Es normal que puedas captar detalles que hasta hoy has pasado por alto. Cuando uno está tan concentrado en su problema es difícil que pueda ver más allá de él, porque no mira con todo el campo visual sino como si lo hiciera a través de unos prismáticos: viendo al detalle cada inconveniente, cada riesgo, cada posible error, y recreándose en una decepción inmensa.
- Tengo que reconocer que es cierto. He estado haciendo eso que se dice tanto de ver el árbol, pero no el bosque.
- ¡Exacto! ¡Eso es! Tienes que aprender a ver el todo y no sólo algunas de las partes que lo componen.

Se hizo un silencio que apenas se prolongó unos segundos.

- Antes has dicho que había una persona que soñaba conmigo…
- Eso he dicho y no he mentido. Ahora que has visto el mundo desde otro punto de vista, voy a bajarte de nuevo a la Tierra para que conozcas a esa persona.
- Pero… ¿quién es?
- Es un niño del futuro.
- ¿Me estás diciendo que también puedes viajar al futuro?
- Yo no, pero tú sí puedes hacerlo.
- ¿Yo?
- Te has pasado la vida haciéndolo y hoy, por fin, vas a llegar a una de tus metas más ansiadas.
- No entiendo nada, pero te haré caso y me dejaré llevar.
- Esa actitud está mucho mejor.

La estrella volvió a bajar a la Tierra, pero lo que la chica vio al llegar no fue la playa de la que habían partido hacía unas horas, sino un fragmento de la Gran Muralla china. Angustiada, increpó a la estrella:

- Pero, ¿dónde me has traído? Me estás volviendo loca. Mi marido va a pensar que me he ahogado en el mar o que he desaparecido. ¿Por qué te habré hecho caso? Es que ya me lo dice mi madre, que me fío de cualquiera. ¡Dios! ¿Qué hago yo en China? ¡Y sin documentación! Al final voy a acabar hasta en la cárcel por hacerte caso. Y luego ¿quién me va a sacar de aquí?
- ¿Quieres hacer el favor de calmarte y dejar de ser tan racional?
- ¡Qué fácil decirlo para una estrella del firmamento! Si por un momento te dignases a ponerte en mi lugar, seguro que no estarías tan tranquila.
- Te vuelvo a repetir que aquí sólo está tu mente. Tu cuerpo sigue en aquella playa y, aunque te parezca que hayan transcurrido horas desde que yo caí a tus pies, no ha pasado ni un segundo.
- Y eso… ¿cómo se explica?
- Eso sólo lo podría explicar tu corazón.
- Sigo sin entender nada…
- Es igual, tampoco es tan importante que lo entiendas. Ya te he dicho antes que basta con que lo sientas.
- ¿Qué tengo que sentir?
- Lo sabrás en cuanto le veas. Ahora tengo que volver al cielo para no condicionar tu momento con él. Volveré a buscarte para llevarte de vuelta a tu mundo.
- Pero… ¿es que me vas a dejar aquí sola?

La estrella no contestó y se elevó con tanta rapidez que, cuando la chica levantó los ojos hacia el cielo la vio brillando en el mismo lugar en que la había descubierto cuando estaba en la playa. Aunque ahora ya era de día y las estrellas se difuminaban lentamente para dejarle el cielo libre al sol.
Iba a sentarse a llorar junto a las piedras que cubrían la muralla, pero no le dio tiempo. Sus ojos se posaron en un niño de corta edad que correteaba frente a ella haciendo volar una cometa. Ella se preguntó qué podía hacer un niño tan pequeño jugando solo en la muralla. Pero, por una vez, decidió serenarse antes de poner en marcha su preocupación y recordó todo lo que la estrella le había contado.


- ¡Hola Angela!- el niño se le había acercado y la estaba saludando.

De repente, la chica entendió que ese niño que tenía delante no era un niño cualquiera. Era el niño del futuro que quería conocerla.

- ¿Cómo sabes mi nombre?
- Hace mucho que sueño contigo.
- ¿Y cómo es eso?
- Todos los niños sueñan con sus madres.
- Pero yo no soy tu madre.
- No lo eres todavía, pero en el futuro yo seré tu hijo Mario.
- ¿Mi hijo Mario? – Angela se quedó helada y las lágrimas le empañaron el rostro.
- No llores, seré un buen chico.
- De eso no me cabe duda… Pero es la emoción, soy de lágrima fácil.
- Yo, en cambio, siempre estoy alegre.
- Y, ¿dónde y con quién vives?
- De momento vivo en tus sueños, igual que tú vives en los míos.
- Pero has dicho que en el futuro seremos madre e hijo. Tú eres chino y yo española. ¿Cómo se cruzarán nuestros destinos?
- Mira tu dedo meñique y mira el mío.
- Los dos llevamos atado un hilo rojo… ¿qué significa?
- Es el hilo rojo del destino. Las personas que estamos destinadas a encontrarnos ya nacemos con él. Te aseguro que a ti y a mí, después de nuestro reencuentro, nadie podrá separarnos nunca.
- Pero nuestras vidas estarán separadas por miles de kilómetros. ¿Cómo llegaremos a encontrarnos, Mario?
- El hilo nos atraerá el uno hacia el otro, como si de dos imanes se tratara, y cada luna llena que luzca en el cielo nos acercará un poco más.
- Pero, si tú naces aquí en China, tendrás otros padres, tus verdaderos padres.
- Ellos me engendrarán con el cuerpo y luego me abandonarán a mi suerte en un orfanato. Tu marido y tú, en cambio, hace ya algunos años que me concebisteis con el corazón. Y eso es lo único que cuenta para mí. Mis verdaderos padres seréis siempre vosotros.
- Hijo, no sabes lo feliz que me hace oírte decir eso… pero ya ves que no puedo evitar volver a llorar…
- Tus lágrimas también me hacen muy feliz a mí, pues me demuestran que me quieres.
- Y ¿cómo podría no quererte, Mario? Si eres lo más hermoso que han visto mis ojos en toda su vida.
- Tú también eres hermosa, mamá.

La había llamado mamá, a ella, a la misma mujer a quien un médico se había atrevido a dictaminarle que nunca sería madre. Angela no cabía en sí de gozo y se sentía como si flotase en una nube.

- Te diré lo que haremos, cariño: jugaremos un rato con la cometa y esperaremos a que anochezca para avisar a nuestra estrella de que venga a recogernos para llevarnos a casa junto a papá.
- Eso no va a ser posible.
- Pero, ¿por qué? ¿Acaso no tenías tantas ganas de encontrar a tus padres?
- Las tenía, las tengo y las tendré. Pero primero tengo que nacer, recuerda que sólo sigo siendo el sueño que papá y tú tenéis desde hace tanto tiempo.
- Pero si estás aquí y te estoy abrazando. Eres tan real como yo, ¿por qué no podemos irnos de aquí juntos?
- Porque tú tampoco eres real. Aquí sólo está tu mente. Ambos somos parte integrante del mismo deseo, un deseo que se está expresando a través de lo que tú estás soñando ahora mismo, estirada en el sofá del salón de tu casa.
- No me digas eso, Mario. Con lo felices que podríamos llegar a ser los tres juntos…
- Y lo seremos, te lo prometo. Pero todo a su momento. Sabré esperarte, mamá.
- Y yo a ti, tesoro. Te escribiré todos los días, aunque no sé a qué dirección si aún no existes del todo ni sabrías leerlas aunque hubieses nacido ya.
- Tú escríbeme igual, que mi corazón las recibirá sin necesidad de descifrarlas.
- ¡Qué grande eres, pequeño! Y ¡qué ganas de que esto llegue a ser verdad!
- Lo será, tú no pierdas la esperanza. Subido a vuestra estrella viajaré de oriente hasta occidente y formaremos esa familia tan deseada por los tres.

Dicho esto, Mario se deshizo de su abrazo y la besó en ambas mejillas. Volvió a coger su cometa y empezó a correr hacia el mismo punto en el que había aparecido. Con cada paso que daba, su imagen se iba difuminando un poco más hasta quedar borrada del todo. Fue entonces cuando advirtió que entre el punto de la muralla en el que ella seguía sentada y el punto en el que se había difuminado la imagen de Mario se dibujaba un rastro de mariquitas rojas, como si pretendieran unir sus destinos formando un hilo rojo. El mismo hilo rojo que le había referido Mario.





Se quedó absorta en aquella visión y no supo cuánto tiempo pasó hasta
que advertió que había oscurecido y en el cielo volvía a brillar su estrella.
Esta se deslizó por la bóveda celeste cual estrella fugaz y aterrizó junto a ella para llevarla de vuelta a casa.

De nuevo en la playa, volvió a ver a su marido, que andaba atareado
quitándole el anzuelo a un pez enorme que había logrado pescar.
La estrella se disponía a despedirse, pero Angela aún tenía demasiadas dudas y decidió seguir preguntándole, aún a riesgo de que no le aclarase nada:

- A ver si lo he entendido bien: Resulta que lo que he vivido esta noche, en
realidad no lo he vivido. Simplemente, lo estoy soñando.
- ¡Correcto!
- Y lo que ha vivido Mario conmigo, también lo ha estado soñando él. ¿Voy bien?
- ¡Exacto!
- Entonces, si dentro de un rato me voy a despertar de una siesta en mi sofá y
voy a seguir con la misma realidad que sufría hasta ahora, ¿me puedes decir para qué me ha servido nada de lo que me has contado ni de lo que he visto?
- Para abrirte la mente y ayudarte a decidir otras alternativas que no te habías atrevido a contemplar hasta ahora?
- ¿Cómo cuáles?
- Como la adopción.
- De acuerdo, este sueño me hará considerarla, pero nunca volveré a ver a
Mario. ¿Qué sentido tiene que él me haya prometido que nos esperará?
- Tiene todo el sentido, porque él cumplirá su promesa. Pueden pasar un par de años, o cuatro, o seis. Pero, un día se producirá el reencuentro entre vosotros. No lo dudes.
- Lo siento, pero es demasiado complicado para mí.
- Mario es tu deseo representado en un sueño. Le has visto con los ojos del corazón y ese amor que ya le profesas se hará cada vez más intenso hasta que le puedas abrazar con todo tu ser.

Angela oyó que su marido la llamaba para mostrarle lo que había pescado. Empezaba a refrescar y lo más sensato era volver a casa.
La estrella empezó a elevarse no sin antes recordarle a Angela que ella también era parte de su deseo y que velaría por ella y por Mario todas las noches para que el hilo rojo que les unía no se rompiese jamás.


El sonido del timbre la despertó bruscamente y se levantó del sofá aturdida, sin saber muy bien ni donde estaba. Había dormido demasiado y el sueño había sido bonito, pero tenía la cara mojada de haber llorado muchísimo.
Fue entonces cuando notó que tenía un hilo rojo atado al dedo meñique de su mano derecha. No entendió nada en ese momento y se dirigió hacia la puerta arrastrando los pies. Eran su cuñada y su sobrino, que venían a visitarla después del cole para merendar con ella en el parque. El niño venía muy contento porque quería enseñarle su cuento nuevo a su tía. Tuvieron que esperar que ésta se lavase la cara y se peinara. Cogieron unos zumos y unos mini bocadillos de la cocina y salieron los tres hacia el parque, que estaba justo doblando la esquina de la calle.

Cuando pudo sentarse a mirar el cuento que tan entusiasmado le iba contando el propio niño al tiempo que pasaba las páginas y le señalaba las ilustraciones, tuvo que contenerse mucho para no gritar. El cuento le recordó lo que había soñado. De hecho, venía a explicar la historia de una madre y de un hijo que se buscaban en sus mutuos sueños sin haberse visto nunca antes. Tras años de salvar muchos trámites burocráticos y pasar por muchas pruebas, de encender muchas velas rojas cada luna llena y de escribir interminables cartas pidiéndole fuerza y paciencia y recordándole lo mucho que le quería, al final, un día volvió a aparecer en el cielo su estrella de oriente y ésta guió el mágico reencuentro.
El hilo rojo que les había unido todo el tiempo se acortaba cada vez más, hasta poder fundirse los dos en el abrazo más tierno y cálido que nunca nadie había visto.

Angela entendió entonces que su sueño había sido como una premonición y supo con toda certeza que un día tendría a ese hijo tan deseado que la vida hasta entonces parecía haber estado negándole. Sólo cabía seguir siendo fuerte para emprender una lucha que podía durar años, pero que acabaría ganando. Y también sabía que no estaría sola en su empeño. Su marido, con tanta vocación de padre como ella de madre, la apoyaría durante todo el camino. También su familia y sus amigos.

Y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió mirando al cielo al descubrir que su estrella de oriente le hacía guiños con sus destellos.
Esa noche hubo luna llena.

 .
Estrella Pisa
22 de Mayo de 2013


Al niño de la eterna sonrisa y a los mejores padres que podía haber encontrado. Por todas las emociones que me habéis regalado con vuestra hermosa historia. 

Comentarios

  1. ¡Una historia real! Hermosa en verdad.
    Otro abrazo!

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    1. Muchas gracias Maty. La escribí para una amiga que acababa de adoptar a su hijo tras una espera de varios años. Un abrazo.

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